Hace cinco años, Petrobras recaudó $70 mil millones de dólares en la mayor venta de acciones hasta entonces; una gran ganancia dado el crédito fácil y los precios en aumento de las materias primas que entonces disfrutaban Brasil y las demás naciones del grupo BRIC – Brasil, Rusia, India y China. Ahora la empresa petrolera estatal se encuentra en el centro del mayor escándalo de corrupción del país.
Al parecer, América Latina está envuelta en noticias sobre corrupción. El mismo patrón se vio en Occidente después de la crisis financiera global. Es sólo en los colapsos inevitables que emergen los escándalos.
En Suiza, un informante reveló que había cerca de $15 mil millones de dólares de dinero venezolano guardado en el banco privado HSBC, incluyendo una cuenta que pertenecía a un guardaespaldas de Hugo Chávez, el presidente anterior. En Argentina, la presidenta Cristina Fernández ha multiplicado su riqueza casi 20 veces desde 2003.
La corrupción erosiona la confianza pública y las instituciones. Muchos empresarios y otros ciudadanos se preguntan por qué deberían pagar impuestos si los políticos sólo roban el dinero. Y no son solamente políticos de izquierda y antiempresariales los que están acusados. Enrique Peña Nieto, presidente de México, está atrapado en un escándalo de conflicto de intereses al revelarse que la casa de su esposa pertenecía a una compañía de construcción que había sido favorecida con contratos de obra pública. Ricardo Martinelli, el anterior presidente de Panamá y empresario de supermercados, está bajo investigación por acusaciones de corrupción. Aun el “bien manejado” Chile se encuentra en esto. El hijo de la presidenta Michelle Bachelet, elegida con una promesa de terminar con la desigualdad, se enfrenta a acusaciones por tráfico de influencias después de conseguir un préstamo rápido y ganar $4 millones en una transacción de bienes raíces.
La corrupción, por supuesto, no es nueva. Un gastado chiste latinoamericano cuenta sobre tres políticos que discuten sobre infraestructura. “¿Ven ese puente?” dice el primero. “Diez por ciento de su presupuesto está en mi bolsillo”. El segundo dice: “¿Ven esa presa? Me quedé con el veinte por ciento”. El tercero dice: “¿Ven esa carretera?” “¿Cuál carretera?” preguntan sus colegas. “¡Exacto! Me tomé el 100 por ciento”, responde.
¿Se roba más dinero en la actualidad? Podría parecer así. Pero puede ser que la región también sea más rica y por lo tanto haya más que robar. Los economistas sugieren que la corrupción le cuesta a América Latina cerca de 2 puntos del producto interno bruto al año – mismo que se ha triplicado a $6 billones en los últimos quince años.
Lo que ha cambiado, sin duda, es la indignación popular. Ésta ha alcanzado niveles cacofónicos, debido a las redes sociales. Brasil es el segundo usuario a nivel mundial de Facebook después de EEUU, mientras que Argentina y México son el primero y tercero, respectivamente, en el uso de redes sociales, de acuerdo a una encuesta hecha por Globalwebindex en 2015.
La violencia criminal ha añadido urgencia. El escándalo de la casa del Sr. Peña Nieto ha tocado un punto sensible particularmente después de la desaparición de 43 estudiantes a manos de pandillas del narco trabajando con las autoridades locales. América Latina es ahora la región con más asesinatos del planeta.
Esto no se debe a alguna característica latina: Belice y Jamaica, con tradiciones más anglosajonas, ocupan respectivamente el tercer y sexto lugar en la tasa de homicidios. Más bien es el resultado de factores no culturales, incluyendo bandas criminales transnacionales (imaginen al Estado Islámico de Irak y Levante en el trópico, pero sin el fundamentalismo), desigualdad y peor aún, instituciones débiles – judicial y policía especialmente.
Las buenas noticias es que esas instituciones están siendo reforzadas. En Brasil se están pidiendo cuentas a los poderosos. México está armando un proceso de auditorías independiente. Chile pronto va a requerir a los políticos que declaren sus bienes.
Éstos son los últimos avances en el proceso imperfecto de la democratización del mercado que inició en la década de 1980. Aún así, un acicate para el progreso es el miedo de que una reacción regrese al poder a los populistas que prometen terminar con la corrupción – tal como lo hizo Chávez. Y nadie quiere terminar como Venezuela, el segundo país más violento del mundo.
Mientras tanto, la historia ofrece un antídoto contra el pánico. La mayoría de los primeros reclutas de Sir Robert Peel en Londres fueron destituidos por corruptos o borrachos. Aún así fueron los precursores del “Bobby” – la policía de Inglaterra. Los niveles de corrupción y crimen en América Latina son excepcionales. Así que hay que hacer algo, y en algunos países lo están haciendo.