Por: Arq. Rodolfo R. Pou,
rrpoum@gmail.com
CEO, Quadra Group International
Para “El Mundo de los Negocios”, “Dominicana Exterior”,
y demás Multimedios de The Ballester Business Group, Inc.
Para los que están en las afueras del Estadio, el poder político se determina por quien tiene derecho a entrar al Arena y quien no. En fin, quien tiene derecho al voto.
Para los que están en las gradas, aquellos con derecho al voto, ese poder se define por la capacidad de convocatoria de espectadores similares a ellos a favor de un equipo “x”.
Para los que están en el terreno de juego, lo único que guarda escala con el partido, lo es, a quien se le facilita o se le impide jugar o entrar al estadio.
Para los dueños de los equipos, es un asunto de recursos, sobre quien pueda pagar por los mejores jugadores o regalar más taquillas de entrada.
Pareciera imposible que dos comunidades dominicanas separadas en su punto más cercano por unos 1,200 kilómetros pudieran mostrar tantas similitudes en los órdenes políticos y electorales. Cuando tomas las concentraciones de dominicanos en el territorio que todos hemos acordado llamar “el sur” de República Dominicana”, a pesar de verdaderamente no serlo, y lo superponemos sobre la comunidad dominicana del sur de los Estados Unidos, encontrarás que ambas sufren de indiferencias similares, en los órdenes político-electoral y valoración social por parte de los oficiales electos y los aspirantes a serlo.
Ambas colectividades parecieran estar en demarcaciones que desde lejos simulan espacios sin resiliencia. Percepción que solo puede guardar un mórbido miope. Uno y otro territorio sufre de un axioma de desinterés por parte de sus líderes electos, como si estos portaran fatiga de compasión o sus austros fuesen infértiles ciénagas donde no abunda el compromiso, la receptividad, el empeño y la entrega sobre causas justas. Muy lejos de la realidad. Aunque entiendo como pudiera llegar a pensarse eso.
El Sur Profundo y el Estado del Sol
Sospecho que se imaginan cuáles son esas dos comunidades dominicanas separadas por miles de kilómetros que pudieran mostrar tantas similitudes en los órdenes políticos y electorales. Esas comarcas que he titulado como “sur”, albergan las orgullosas, pero ariscas poblaciones de las provincias de Azua, Bahoruco, Barahona, Independencia y Pedernales y las dispersas concentraciones del Estado de la Florida. Todos, territorios de enorme riqueza histórica, natural, gran potencial económico, pero de anímica influencia electoral.
Ninguna de las provincias dominicanas notadas aquí, posee más del 2.5% del electorado nacional por sí sola. Y aunque su expansión territorial corresponde al 20.1% del territorio nacional, las cinco provincias apenas superan el 6% de los votantes registrados. Sin embargo, su enorme fuente de recursos naturales y los cuales favorecen la economía mezclada, que combina agricultura, ganadería y minería que, con la accesibilidad a las costas del país le rinde un valor estratégico territorial único, en lo turístico, lo productivo y lo agropecuario, podría verse como un escenario optimista. Pero el poderío político nunca ha tenido que ver con potencialidad económica, sino con los activos electorales del momento. Y la misma desidia que sucede con estas provincias del sur de República Dominicana, ocurre también con las comunidades dominicanas en el Estado de la Florida.
Convocatoria por encima de comercio
¿Importa que República Dominicana sea el principal exportador desde el puerto más importante del Estado del Sol”, el de Miami, con 28,511 contenedores TEU en 2020? Y que, además, entre exportación e importación, no pierde su liderazgo comercial, y se mantiene como el quinto socio comercial más importante de la Florida, quien, junto a New York, es el tercer Estado más importante en elecciones nacionales de los Estados Unidos.
Ahora, ¿de qué sirve ser un importante socio comercial? Lo cierto es que, si no posee valor político o electoral esa designación importa poco. ¿Cuántos son y cuántos votan?, siempre ha superado la pregunta: ¿cuánto producen y qué potencial guardan? Por eso insistentemente hago el llamado a que las comunidades dominicanas y las latinas en general que residen en los Estados Unidos, conozcan sus números y sepan estructurar estrategias políticas acordes con ellos.
En la actualidad, la población que en Estados Unidos se define como dominicana, sobrepasa la cifra de dos millones de personas. Esta a su vez, ya supera en habitantes a 30 de las provincias de República Dominicana.
Aunque la cantidad no puede ser sinónimo de influencia o participación democrática, si podemos decir que, a mayor cantidad con derecho al voto en Estados Unidos y República Dominicana, mayor su influencia e importancia.
De esa población de dos millones que se identifica como dominicanos, una décima parte vive en el Estado de la Florida, donde en media década han mostrado un acrecentamiento de un 72% a 220,000. Una valiosa tendencia apoyada por los más de 83,000 habitantes dominicanos en el Condado Miami-Dade y los más de 43,000 en el Condado de Broward según las cifras preliminares del Censo para 2017. Estos dígitos, junto con los más de 30,000 que viven en las ciudades ubicadas en el centro del Estado hará que, en las próximas décadas el sureste de los Estados Unidos sea el próximo y más importante foco de dominicanos. Sin embargo, esa gran concentración solo guardará importancia si se enfoca su influencia en los nueve distritos congresuales donde habita, siendo políticamente más activa, visto su desfavorable y desconectada dispersión territorial actual.
Ser parte del 16% de votantes hispanos en el Estado del Sol, requiere de un mayor activismo electoral sobre lo local, que a cambio lograría una potestad Estatal de significativa relevancia, que a su vez sería transferible y determinante a un poder nacional. Pero para ello, hay que salir a votar en masa y en bloque. Y eliminar esa mentalidad de inmigrante sin interés de echar raíces. De insistir estar con el cuerpo aquí y la mente allá.