Por: Dr. Guillermo A. Rivera Rincon
rivera4914@comcast.net
PHD en Economía, Université Toulouse 1, Francia.
Ex Alto funcionario del BID. Reside en Washington, D.C.
Para “El Mundo de los Negocios”, “Bancos, Finanzas & Valores”, y
demás Multimedios de The Ballester Business & Media Group, Inc.
Una de las mayores preocupaciones de los economistas es lidiar con el tema de tomar las medidas necesarias, a fin de lograr un presupuesto balanceado. El por qué debemos preocuparnos por este problema, que nos persigue desde hace muchos años, nos hace recordar la primera asignación que tuvimos en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), cuando tuvimos que analizar las economías de Costa Rica y Jamaica.
Ambos países se caracterizaban por el número de acuerdos de financiamiento con el Fondo Monetario Internacional (FMI) con Programas Stand-by y el Banco Mundial con Programas de Ajustes Estructural y como pese a esos programas, no se había logrado alcanzar los objetivos de balancear el presupuesto nacional de los países mencionados.
La respuesta que ha prevalecido entre los políticos y economistas se apoya en la dificultad de tratar ese tema que hace necesario tanto disminuir los gastos o como aumentar los impuestos. Ambos pasos son medidas impopulares. Asimismo, esta es la disyuntiva que debemos enfrentar. En términos generales, deberíamos de prestar atención por implementar una política de ajuste fiscal, dado que balancear el presupuesto es aparentemente una medida no deseada
No obstante, la respuesta correcta sería adoptar el consenso de la década de los 60 que consiste en balancear el presupuesto en tiempos de bonanza y tolerar déficits cuando la economía enfrenta una recesión o una imprevisible catástrofe. En lugar de continuar por ese camino, lo que se ha hecho evidente son las políticas de aumentar el gasto con menores impuestos. Esto se debe a que es más conveniente la necesidad de preservar nuestro poder de tomar prestado, por una crisis desconocida que requiere una elevada infusión de recursos.
Por otra parte, el monto de los recursos requeridos es tan grande y las necesidades tan perentorias que no se puede evitar la toma de grandes préstamos, similar a los préstamos recientemente tomados. Habría que hacer notar, que durante los años sesenta cuando los precios del azúcar, café y el cacao aumentaban y arrojaban superávits provocando progresos en nuestra economía. Si tomamos en cuenta el problema de la pandemia del coronavirus, dicho problema podría llevar la deuda a un territorio desconocido mayor que los préstamos obtenidos, para financiar el desastre ocasionado por el ciclón David. En nuestra humilde opinión, hubiera sido mejor haber financiado lo que queda del presupuesto 2020, con recursos del Banco Central, tomando el ejemplo de la Reserva Federal y el Banco Central Europeo.
De continuar manteniendo unos niveles de déficit del orden de 9,3 por ciento, significa que las necesidades de continuar tomando préstamos, para financiar el presupuesto, cada año serán más elevadas. Lo anterior, se refiere a que si proyectamos el déficit para el 2030, la deuda externa podría llegar a los alrededores de un 90 o 100 por ciento del producto interno bruto (PIB). Esto así, si se considera que todos los costos serán cubiertos por los programas, conjunto de medidas de rescate.
Nuestro problema reside, en que algunos economistas del país consideran que esos montos se podrían fácilmente obtener en los mercados financieros. En ese sentido, montos pequeños de deudas en dólares con bajos niveles de tasas de interés podría mantener bajos los costos del servicio de la deuda. Aparentemente, la tasa de interés ha sido afectada. Además, los déficits no son un atractivo, para promover la inversión privada.
Habría que tener presente, que no existe certeza que la buena garantía de tomar préstamos en dólares se va a mantener indefinidamente. Lo anterior, es el tipo de argumentos que los economistas podrían hacer, con el objeto de presentar los déficits atractivos. Siendo los más obvios beneficiarios, los economistas que negocian la obtención de los préstamos debido a las comisiones que obtienen y los políticos que promueven un gasto social mayor o sugieren reducción de impuestos. Habría que destacar, la dificultad que tienen los agentes de sentir la necesidad de balancear el presupuesto.
Finalmente, consideramos superficial acusar a los políticos de ser los culpables. Los mayores culpables de mantener el déficit fiscal son los economistas, quienes han destruido el preexistente consenso de que se debe balancear el presupuesto como una medida sólida y prudente. Por lo tanto, un nuevo gobierno surgido de las elecciones se valoraría mucho más si asume pagar sus gastos con impuestos. El economista John Maynard Keynes estableció la norma de que el presupuesto debe ser visto como un instrumento, para estimular un más rápido crecimiento económico y un desempleo menor.-.